Si
alguien me pregunta a quién se le ocurrió la idea del matrimonio, yo diría que
no sé pero que de verdad estaba loco.
Pero
si alguien me pregunta a quién se le ocurrió la idea del divorcio, diría que
tuvo que ser al mismo loco.
Y
la verdad es que el tema de la separación es muy complicado, nos digan lo que
nos digan en textos y prácticas espirituales, el trabajo y lo que conlleva es
un camino de dos vías.
Por
un lado estás tú, con el corazón roto, tu ego deshecho, heridas abiertas,
sueños incumplidos, promesas rotas, y para colmo hijos a los cuales cuidar de
este proceso. Pero por el otro lado, está un camino lleno de nuevos
aprendizajes, de mucho trabajo interior, de un redescubrimiento del que antes
fuera tu pareja, una retrospectiva del valor que necesitas para iniciar otro
capítulo en tu vida, la fe, la esperanza, la libertad. Esa libertad que
seguramente ya existía desde antes de separarte pero que estaba de alguna forma
velada ante ti, el coraje de aquellos que sobreviven. Y tu nuevo yo.
Recuerdo
que antes de casarme, era interesante el tema en las comidas con mis amigas,
sobre la posibilidad o no de que esto funcione, la fantasía del cómo te darán
el anillo, donde vivirán, como será la educación de tus hijos y el proyecto de
la nueva casa.
Cuando
te separas, el tema se torna gris, frases trilladas como “él no te merece”, “se
va arrepentir”, etc. Y por otra parte, la familia un tanto temerosa de que algo
cambie, que las cosas cambien.
La
simple proyección de ti misma, como una silueta solitaria, como un fantasma
rondando la casa semi vacía, morder las almohadas para que los niños no te
escuchen llorar, oírlos entrar y quitarte las lágrimas, diseñando una sonrisa
improvisada para ellos.
Y
cuando duermen, hincarte, rogar, pedir, pelearte con Dios o tu poder superior.
Hasta que, por agotamiento, entiendas que para ese Poder Superior, esto no es
algo malo, es algo que va a pasar, y que simplemente te llevará a una mejor versión de ti.
Nadie
nos dice cuando nos separamos, que esa persona se llevará su maleta, sus palos
de golf, sus libros, y sus películas favoritas. Si es un hombre decente, te
dejará los muebles, el coche, la casa; lo que no nos dicen, es que esa persona
dejará los recuerdos, los sonidos que se ocultan en los rincones…esos que te
recuerdan cuando eran más de uno, te deja las manías, y tus malos hábitos se
hacen más evidentes, la pasta apretada, los cajones abiertos, las luces
prendidas, los perros mordisqueando los muebles, los niños durmiendo en tu
cama.
Nadie
te dice, que esa persona no se lleva tu tristeza, tu dolor, no te dicen que
cuando atraviesa la puerta, no se lleva el amor, las esperanzas, los planes de
las vacaciones, los domingos tirados viendo el televisor, los sábados en
familia, las caricias indiscretas cuando los niños no miran, el dormir
acompañado, no se lleva los recuerdos de las cenas al llegar de trabajar, las
risas, los gritos, los llantos, los aplausos, los besos, las caricias. ¿Por qué?,
me pregunto yo, ¿por qué no se llevan todo?
Mueves
los muebles, renuevas la decoración, cambias las sábanas, y ocupas todo el
vestidor, dejas que los perros entren a la casa, invitas de nuevo a todos tus amigos, le dices
al niño que ahora tiene un cuarto de juegos más grande, te sientas y disfrutas
el gimnasio de la casa sólo para ti, te embulles en tus pijamas de franela poco
sexis, pero al menos ellas ahora te dan calor. Te vistes diferente, dejas que
los niños coman galletas en los sofás, y no importa si brincan en ellos.
Pareciera
libertad, aunque siendo sinceros, oculta algo de una falsa rebeldía, que no
llena ese vacío que sólo uno junto con Dios podrá llenar.
Y
eliges la otra vía, la de confiar que ahora estás nuevamente en un campo lleno
de posibilidades, de que te has quedado con lo mejor de la relación, sientes
alivio por todo lo que no dañaste, por las veces que te contuviste y no creaste
rencor, te agradeces el coraje de levantarte todos los días, salir a correr y
sonreír, y esperar… sí esperar que un día a la vez, puedas con ello.
Y
te sorprendes, cuando ves que de nuevo ríes a carcajadas, cuando miras de nuevo
al sexo opuesto con ganas y deseo, cuando recuerdas qué comiste y cuándo
comiste, cuando un martini con tus amigas vuelve a ser lo más esperado de la
semana, cuando tu hijo te dice Te Amo.
Cuando
le cuelgas a tu ex y dices "¡yuppie!” no le grité, no lo insulté, no lo
amenacé, es más creo que me vi "cool". Y sabes que es resultado de
mucho entendimiento, de un trabajo que es sólo tuyo.
Y
te descubres de nuevo en ese espejo, con un rostro diferente pero con un sentido
total de aprobación, porque esa persona sinceramente te gusta más.
Y
te atreves, y de nuevo te atreves.
Y
sabes que de algún modo, con dolor o no, eres capaz de cualquier cosa, y que la
felicidad está ahí más cerca que nunca, que tal vez nunca se fue… porque eso
tampoco se lo llevo… cuando él se fue.
Ana León