lunes, 10 de abril de 2017

Aprender a ser padres

Por Déborah Buiza G.*

¿Qué sabe uno de ser padre o madre? 
Tal vez pueda uno tener algún tipo de información previa o referencias por los pequeños familiares, muchas fantasías y sueños de cómo son los hijos y de cómo es ser padre o madre y aún más, altas expectativas de cómo seremos nosotros ejerciendo la paternidad o la maternidad.

La realidad supera toda información previa, toda expectativa, todo sueño. Ser papá o mamá es una experiencia que muchas ocasiones desborda, descontrola nuestras rutinas, rompe nuestros límites físicos y emocionales, reta nuestras creencias y prejuicios, nos confronta con nuestra historia personal y familiar, con nuestros miedos y fantasmas, nos cuestiona quienes somos y quienes podremos ser, y ni siquiera es así por tener un hijo con alguna necesidad especial o bajo circunstancias complicadas, es el día a día que te prueba.

Con hijos (as) uno sabe de que esta hecho… y también de lo que no. Paciencia, prudencia, espontaneidad, curiosidad, tolerancia a la frustración, capacidad para resolver problemas bajo situaciones de alto estrés, visión periférica y de 360°, alta intuición desarrollada, sensibilidad, resistencia física a los horarios demandantes de actividad y concentración, creatividad, rapidez para hacer las tareas cotidianas, gran capacidad de asombro, adecuada gestión de las emociones, manejo adecuado de la culpa, saber delegar tareas y responsabilidades, habilidades de comunicación… y una profunda fe para saber que pase lo que pase ellos estarán bien y nosotros también.

No, nadie te dice que eso se necesita para ser padre (entre muchas otras cosas más), y no resulta obvio porque somos millones ejerciendo, pero el hecho de hacerlo no significa que es todo lo que se puede hacer. Últimamente he escuchado a manera de justificación, liberación de culpa o reductor de ansiedad ante la crianza frases como “eres la mejor madre/ padre para ese bebé”, “hagas lo que hagas lo estás haciendo bien” pero ¿en realidad lo estamos haciendo bien? Y ¿si pudiéramos hacerlo mejor? Si somos sinceros y honestos con nosotros mismos, la verdad es que se hace lo que se puede con lo que se tiene. Nosotros somos lo que tenemos para ser padres.

Valdría la pena detenernos en la loca carrera y cuestionarnos lo que creemos, conocemos y lo que hacemos en la crianza de nuestros hijos, así sin culpa y sin remordimientos por lo ya hecho, buscar ayuda en los temas que vemos que podemos mejorar y probar, probar y probar hasta encontrar lo que mejor nos funciona como familia, siempre buscando el bienestar y la felicidad.

Ejercer la paternidad y la maternidad con los mejores resultados no es una cuestión instantánea o espontánea, siempre hay algo que se puede hacer mejor o diferente pero se necesita aventurarse y trabajar en uno mismo para que la ignorancia, los prejuicios y las emociones desbordadas o negativas no generen conductas que afecten a nuestros pequeños, y es que uno no puede dar lo que no tiene, como poner límites y enseñarles inteligencia emocional si uno no puede ponerse límites y ser disciplinado, ni gestionar adecuadamente las emociones o tomar decisiones, esto por poner un ejemplo.

No caería mal un poco de humildad para reconocer que no nacimos siendo padres ni sabiéndolo hacer, para auto observarnos y reconocer que un poco de ayuda nos vendría bien y que podemos hacerlo mejor, por el bien de nuestros hijos y de nosotros también, para que ellos tengan un mejor futuro y nosotros un mejor presente.

Pero ¿qué tipo de ayuda? De todo tipo, incluyendo la divina (en lo que usted crea), y es que la tarea no es sencilla sino titánica y además constante. Busque especialistas, documéntese, trabaje en usted mismo, genere una red de apoyo en la crianza, no se quede solo, haga equipo con otros papás, asista a “Escuela para padres”, etc.
Usted y su familia valen el esfuerzo y el empeño que se pueda poner.

*Especialista en desarrollo humano, psicóloga, terapeuta, comunicóloga, organizadora de eventos, makeup artist, corredora y mamá.
Sígueme en twitter: @DeborahBuiza


miércoles, 5 de abril de 2017

Violencia en niños

Cuando hablamos de maltrato infantil nos suena como algo tan inconcebible que no vemos lo común que es. Porque a veces, una mirada, un castigo o una reprimenda también duele, igual que una cachetada, pero de eso muchas veces no nos damos ni cuenta. Podemos hablar de maltrato físico o psicológico, este último muy poco visible, pero para nada invisible, solo debemos fijarnos un poco.

     Se debe concienciar a los padres, que los golpes no educan, dañan y dañan mucho más de lo que nadie se puede llegar a imaginar. Por lo general, los castigos son unos de los métodos educacionales más recurrentes por los padres y estos pueden implicar gritos, insultos, empujones, rasguños, pellizcos o golpes. Quizás muchos padres que adoptan estas conductas no lo consideren maltrato (cabe dejar claro en este punto que si lo es) porque piensan que si a ellos le funcionó de pequeños, a sus hijos también. Y comento esto, porque la mayoría de los padres que someten bajo violencia a sus hijos, en su infancia sufrieron maltrato.

    Es por eso, que muchos padres sólo conocen esta forma de "educación". Lo importante, es entender, que estas reprimendas pueden suponer graves trastornos en los niños a largo plazo, dejando secuelas de por vida tanto físicas como psicológicas las cuales, y según estudios realizados, se correlacionan con una mayor probabilidad de padecer enfermedades cardiovasculares, respiratorias o incluso cáncer.

¿Qué tan vulnerable es un niño? Un niño es uno de los seres que se encuentra en dos vertientes, es decir, su desarrollo puede aprovecharse al máximo para “explotar” todas sus capacidades y sentidos. Pero por otra parte, es frágil ante situaciones difíciles y al no ser independiente debido a que necesita atención, amor y satisfacer necesidades básicas, los niños más vulnerables se encuentran entre los 3 meses y los 3 años. 

La Unicef estima que en México, el 62% de los niños y niñas han sufrido maltrato en algún momento de su vida, 10.1% de los estudiantes han padecido algún tipo de agresión física en la escuela, 5.5% ha sido víctima de violencia de sexual y un 16.6% de violencia emocional. Estos números arrojan información base para tomar cartas sobre el asunto y conocer más sobre las causas que llevan a los adultos a accionar con violencia ante los niños.

Las causas más frecuentes están relacionadas con el mal manejo de ira, ansiedad y otras emociones. Un adulto que presenta estos síntomas de manera crónica y que no sabe canalizarlos adecuadamente puede caer en estas conductas por perder el control ante situaciones estresantes. Es difícil mantener un margen cuando no se conoce bien la etapa por la que un niño está pasando, el adulto se desespera al desconocer que es lo que el niño necesita, pide y quiere. Así mismo, la mayoría de los que ejercen violencia a niños normalmente responde a que a  ellos los maltrataban en la infancia; por lo tanto, el ciclo se repite y mientras no haya una intervención no se podrá cortar el ciclo violento adecuadamente.


Algunas medidas recomendadas son:
  • Capacitar a los maestros para la detección temprana dentro de la escuela, ya que algunas veces los síntomas son tan fáciles de detectar que no se les pone atención.  Por ejemplo un niño que se encuentra aislado pasa desapercibido se busca indagar más en sus comportamientos e informar a los padres de familia sobre el desarrollo óptimo del niño.
  • Es indispensable que los padres y adultos se encuentren sanos en mente, cuerpo y emociones, ya que de lo contrario solo perjudicarían el desarrollo de sus hijos.
  • Que los padres o adultos cuidadores  aprendan a expresar sus emociones de manera sana y constructiva.
  • Las emociones negativas como el enojo, la tristeza, la impotencia o frustración; se recomienda descargarlas en objetos neutros (como patear un balón, hacer ejercicio, gritar en el campo, golpear una almohada)  y no desquitarse con los niños. 


·